13 de agosto de 2015

Feliz Cumpleaños

El día había sido tranquilo, bastante ordinario aun para mis estándares. Dos, tres felicitaciones acompañadas de dos, tres abrazos. El día ya estaba por terminar. 

Mientras ponderaba las posibilidades para tener una pequeña cena después de que me había negado a comer por la tarde, mi hermana aparecía por la sala de estar sonriendo maliciosamente. Señal inconfundible de que planeaba algo. 

- ¿Y ahora que tramas?

Mientras le lanzaba la pregunta, su sonrisa se hizo aun más notable. Alguien iba a ser víctima de sus maquinaciones. Eso era seguro.

La curiosidad empezaba a invadirme más y más, conforme mi hermana se abría paso por la caótica sala de estar, hacía el sitio donde había estado sentada antes de haberse dirigido a su habitación para responder una llamada. En ningún momento había dejado de ver y escribir en la pantalla de su smartphone. Su sonrisa ahora estaba a todo su esplendor al ver brotar casi literalmente los signos de interrogación sobre mi cabeza.

- Sólo comparto información. -

De nuevo, aquella risa maquiavélica volvía a resonar en la sala de estar, mientras respondía escribiendo sospechosamente en el teléfono con el brillo malicioso característico en su mirada.

- A eso también se le dice chisme. - Segura de que mi voz dejaba entre ver cierta frustración y curiosidad, exclamé tanteando la posibilidad de que una vez terminada su conversación telefónica pudiera al fin enterarme de qué y a quién le había jugado aquella 'broma'.

Retomé la conversación que tenía con mi otra hermana, la más pequeña de la familia. Y en algún momento, la curiosidad que sentía se había esfumado más rápido de lo que había llegado. Así era siempre, si no obtenía una respuesta rápida a mis dudas, simplemente le restaba importancia al asunto y terminaba por rendirme a la fatalidad de la ignorancia, convencida de que si en algo me afectaría, terminaría por descubrirlo después. 

Entonces, el teléfono sonó.

Distraída como estaba, no había notado que mi hermana hacía varios segundos que había abandonado la conversación que mantenía en su teléfono y había retomado su actividad, acomodando diversos materiales que necesita para el día siguiente. 

El timbre del teléfono no sonó por segunda ocasión.

Mi hermana había alcanzado el teléfono y ahora contestaba con el rutinario '¿Bueno...?'. Mi otra hermana y yo nos quedamos en espera y atentas por si debíamos ir a buscar a alguien que no se encontrara en ese momento en la sala de estar, el comedor o la cocina. '¿De parte de quién?' era la siguiente pregunta lógica, lo que no esperaba fue...

- Es para ti.

Con la mirada fija en mí, me tendió el auricular esperando a que yo lo tomara.  

- ¿Quien? - Pregunté de inmediato, al mismo tiempo que me levantaba del lugar que ocupaba en el sofá.  Mi mente realizó un checklist rápidamente, barajando posibilidades acerca de la identidad de la persona al otro lado de la línea.

Mi hermana sólo respondió encogiéndose de hombros y sonriendo como sólo lo hacía cuando le tomaba el pelo a alguien. 

Mi amiga de toda la vida me había hablado horas antes. Otra amiga con la que mantengo comunicación más constante que con los demás me había felicitado en el transcurso de la mañana, y seguramente no conocía el número telefónico de la casa. Varias amistades posibles aparecieron en mi mente pero al final las subestime, y simplemente me rendí a la aleatoriedad de las cosas.

- ¿Si...?- Respondí titubeante.

- Hola... - Su voz sonó un poco lejana y poco clara. Creo que la oí carraspear un par de veces antes de volver a hablar después de su primer intento. Su voz, tan familiar y tan extraña al mismo tiempo, resonó en mi mente, y puedo jurar que mi corazón se saltó un latido. 

- ¡HEY! Whoa...- No pude ocultar un efímero júbilo en mi voz al mismo tiempo que mi mente se ponía en blanco. 

Intenté ocultar la sonrisa que rápidamente se dibujó en mi rostro. Me molesta cuando no puedo ocultar mis emociones. Pero no había marcha atrás, sentí mis músculos faciales hacer su trabajo y segura de que mi sonrisa expresaba la felicidad que esa llamada me ocasionaba, intenté concentrarme en sus palabras.

- ¿Cómo estás? - Escuché sus esfuerzos por mantener la plática usual que llevan dos amigas que tienen mucho tiempo de no charlar entre sí. Mientras estábamos en eso, pude percatarme del sonido de su respiración. Se escuchaba agitada. Tampoco pude dejar pasar el sonido de sus pasos, que imagino hacían eco suficiente en el lugar por el que se desplazaba en ese momento. Un 'Estás caminando' apareció en mi mente, pero no sé porque no pude decirlo. No lo pensé apropiado. Incluso se me hizo un poco tonto. 

No estoy segura de si hice un buen trabajo al tratar de seguir el flujo de la conversación pues muchos pensamientos cruzaron de forma fugaz por mi mente. No quería esos pensamientos en ese momento, pero fue inevitable. La conclusión a la que llegué hace nueve meses se tambaleó dentro de mí. Mi resolución parecía tomar una forma no definida e incluso sentí regresar viejas emociones y deseos. Sin embargo, con sólo empujar todo aquello de nuevo al fondo de mi mente, deje volver la razón principal, de mi silencio y distancia, al frente de todo. La barrera tomó forma de nuevo.

No recuerdo qué fue exactamente, pero algo me hizo responderle de forma tajante y fría. Las palabras y el tono en el que fueron dichas salieron de forma casi natural. Sin siquiera planearlo. Sin pensarlo. La sensación hiriente persistió un par de segundos. Y aun así, estoy segura de que ambas lo notamos. Aquello fácilmente podría haber pasado por un improvisado intento de emular los breves y no poco frecuentes intercambios que rozaban en lo hiriente pero que no dejaban de ser sólo bromas. Una parte esencial de aquel estimulante coqueteó que compartimos hace ya tantos años atrás. Intercambios que eran tan comunes y tan familiares, que con sólo recordarlos me hicieron sonreír con un poco de melancolía. Pero...

Sólo con ver las reacciones de mis hermanas que eran testigos silenciosos de sólo mi parte del intercambio, fui consciente de mi mal comportamiento. 

Mi sonrisa se disipó. 

El pasado debe quedarse ahí, fuera del camino del presente. Al menos de este presente que ya no se siente compartido.  

Pedí disculpas y me excusé diciendo que sólo estaba bromeando, minimizando así el leve tono herido que percibí en su respuesta. Y avivando cierta tonalidad pícara en mi voz, pude percibir como el suyo cambiaba también. Y así dejamos de lado aquel obstáculo, que sé volverá en algún momento, en alguna futura conversación.

Ella aceptó mi torpe disculpa. La pequeña charla se continuó o, al menos yo, hice como que la seguía.

El tema de conversación se agotó en algún momento. No porque no existiera algo más qué compartir, qué preguntar, o algo que no deseáramos saber una de la otra. Sino porque las circunstancias de esa conversación no eran las idóneas para poder abrirnos nuevamente como lo hacíamos en el pasado, como lo hacíamos antes de que pusiéramos todos los obstáculos posibles para no hacerlo. Antes de que yo los pusiera.

- Sólo llamaba para desearte feliz cumpleaños.

Y de nuevo sentí calidez en sus palabras. Al mismo tiempo que sentía que ya no había nada más que alargara aquella llamada. 

No puedo negar que no quería que terminara.

Pero no fue posible.

Mi despedida fue torpe. No sabía que más decir.

Y aun así, antes de finalizar no pude dejar de sentir aquel tumulto de sensaciones, cuando me prometió, sin hacerlo realmente, que quizás vendría de visita alguna vez.

- Cuando quieras. - Prometí, sólo en intercambio a la improbable esperanza que me era ofrecida.

'Adiós' y 'Cuídate' fueron las últimas palabras intercambiadas antes de colgar y dar por finalizada la llamada. Y a pesar de todo, me sentí feliz y satisfecha.

No tuve tiempo de reflexionar el intercambio.  Mis hermanas ya comenzaban una nueva plática y yo no dudé en unírmeles. 

Ahora en la tranquilidad de mi habitación, con mi música favorita siendo reproducida, puedo decir que la sensación de nostalgia siempre se incrementa cuando habló con aquella persona. Sólo es nostalgia, me digo una y otra vez, intentando apaciguar las emociones que vuelven a mí cada vez que establecemos contacto. No puedo permitirme hacerle daño de nuevo, no de la forma en que lo hice la última vez. Y al mismo tiempo, no puedo permitirme hacerme daño otra vez. No puedo dejarme llevar por la nostalgia. Por mi simple deseo egoísta. Por sólo una ilusión. Ya no más. Ella... Ella no se lo merece. 

Ni ella, ni yo.

Y aun así, estoy feliz de que, al menos una de ellas, una de mis elegidas, pudiera penetrar en mi desolado bunker, en mi solitario refugio, en mi inclaustración autoimpuesta. Y que pudiera tocar, aunque sea un pequeño fragmento de mi ahora indisponible interior, otra vez. Como siempre han podido hacer. Como siempre les he dejado hacer.

Así terminó el día de mi cumpleaños. Un día común y ordinario. Un día más.

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