Soga

"¡Átame!"

"¡Átame!"

Es lo que suplico una y otra vez, mientras te veo encima de mí totalmente desnuda y sonriendo con un pequeño brillo maquiavélico en tus ojos.

"¡Átame!"

De repente, puedo sentir tus dientes aprisionando uno de mis pezones por encima de la ropa. Lo siguiente es dolor. Y mientras ahogo un grito puedo escucharte reír.

Llevas tus manos a mi rostro y lo acaricias. Tus ojos observan los míos, y puedo sentir tu furia, tu enojo, tus ganas por hacerme gritar.

Lo siguiente es un beso... Un beso que asfixia. Un beso que reclama el aire que necesito para vivir. Puedo sentir tu lengua juguetona acariciar la mía y el extraño sabor de tu saliva, combinada con el sabor del licor que habíamos consumido, consigue desestabilizarme y provocarme nauseas. Sin poder evitarlo y debido a las crecientes ganas de respirar te empujo con toda la fuerza que puedo.

Después de reponerme de la asfixia, te veo totalmente enojada, y no puedo evitar tragar saliva mientras pido nuevamente: "¡Átame!"

Tu respuesta no se hace esperar. Una bofetada. Dos. Y de nuevo, puedo probar tus labios.

Violentamente, tus manos invaden el interior de mi ropa, y comienzas a producir dolor en mi cuerpo con tus uñas. Amo tus uñas. Amo tus ganas de herirme.

Cuando un rasguño es dado en una zona más sensible que las demás, vuelvo a hacerlo. Te empujo lejos.

Sonríes, y yo vuelvo a pedir que me ates.

Niegas con la cabeza, y vuelves a montarte encima de mí.

Ahora es tu boca la que hace contacto con mi cuerpo, provocando moretones por donde pasa. Mi cuello es tu zona favorita, donde incluso muerdes. Suave al inicio, una mordida juguetona, un pequeña presión tras otra, hasta que es inevitable que infrinjas dolor de nuevo. Después sólo puedo sentir el dolor de una mordida en mi cuello, mientras succionas mi piel. Eso de seguro dejará marca.

El dolor se intensifica. Y llega el punto en que vuelvo a empujarte de nuevo.

"¡¡Átame!!"

Esta vez no es una súplica lo que sale de mí. Eso claramente fue una orden.

Niegas con la cabeza otra vez, y desvías la mirada de mí.

Ok. Ahora estoy enojada.

Me abalanzo contra tu cuerpo desnudo, y comienzo a probarlo sin tregua alguna. Mis manos, mis labios, mi lengua, con todo aquello con lo que puedo tocarte te recorro de pies a cabeza. Y después mi música favorita hace aparición. Tus gemidos, suspiros y gritos ahogados llenan la habitación, mientras muerdes uno de tus dedos y con tu mano libre jalas de mis cabellos.

Introduzco primero uno de mis dedos en ti, siento tus paredes, tu suavidad, tu humedad. Y mientras tanto, trato de aprisionar tu boca con la mía, y cuando lo consigo otro de mis dedos te invade. Ahora puedo sentir tus gemidos en mi boca. Con un movimiento rítmico de mi mano, te llevo al infierno y te devuelvo al cielo, mientras liberas tu boca de la mía para morder sin contemplaciones mi hombro.

Dentro de ti, aun sigo en lo mío cuando trabajosamente empiezas a deshacerte de mi ropa.

"Debiste atarme cuando podías." Es lo que susurro en tu oído, al tiempo que aumento la intensidad del movimiento de mi mano. Entonces gritas... una, dos,... tres veces, para después susurrar mí nombre.

Me mantengo abrazada a ti, hasta que tus movimientos cesan, y entonces, cuidadosamente, libero mis dedos de tu interior con suavidad, como diciéndole a tu cuerpo que fue un placer estar ahí.

Cuando estoy dispuesta a liberarte de mis brazos, son los tuyos los que rodean mi cuello, atrayéndome hacía ti de nuevo.

Es un abrazo tierno, cálido.

"Gomen." Te oigo decir.

Y sólo puedo besar tu mejilla como señal de que todo está bien.

Después de unos minutos, te has quedado dormida y yo aun soy prisionera de tus brazos. "No hay escape, ¿verdad?" Y sonrío al pensar la respuesta.

De nuevo fallamos.

Y antes de quedarme dormida, un pensamiento aparece en mi mente: “Tal vez si la próxima vez haces caso a mis súplicas puedas hacerme llegar al cielo al que siempre te llevo a ti.”